Y es que en ocasiones cuando nos enamoramos esperamos que ese sentimiento perdure para siempre. Que sea tan inmutable como el horizonte, allá donde el cielo y el mar se encuentran. Huelga decir que esto por lo general no se suele cumplir, y a medida que uno crece y añade desengaños a su colección de experiencias la idea de esa clase de amor idílico se antoja irreal.
Lo que fue ya no lo es. Y lo que es tal vez mañana ni siquiera lo sea. Así como las estrellas desaparecen el brillo de los ojos ajenos también lo hace. Y las sonrisas se tornan en una indiferencia difícil de gestionar para la persona que más tarda en caer out of love. Una caída que se torna tan dura como si a uno le hubiesen empujado desde un quinto piso.
Tan solo los libros logran conservar un amor tan puro como las palabras en ellos escritas. Ahí sí que hay eternidad. Es una perpetuidad con olor a papel antigüo, pero... ¿a quién no le gusta ese olor?